Cada día se parece más Celine, ya no sólo por la prosa, también por un aspecto desaliñado y desaseado incluso para los cánones franceses. Se deja querer como icono de la resistencia ante el pensamiento único, el callejón ese de lo correcto que nos empuja al precipicio. Por decir que el islam le parecía una religión idiota le llamaron racista y le sentaron delante de un juez, pero en vez de preocuparse mucho por eso se ríe, y acaba de estrenar una película -un falso documental- en el que juega con la posibilidad de que le secuestren. Empieza a ser una obsesión, un extraño masoquismo artístico, porque en su última novela le asesinaban. No hace más que alimentar los sueños más profundos de sus enemigos.
Tachado de islámofobo y reaccionario, lo cierto es que Michel Houellebecq se ha vuelto demasiado incómodo, a pesar de que procede de la izquierda y milita en el más radical ateísmo cientificista. El francés no puede estar más lejos de una cosmovisión cristiana, pero precisamente por eso su sinceridad literaria resulta tan interesante para unos y tan peligrosa para otros, porque no son esquemas morales o religiosos los que le dictan su desoladora descripción de la revolución sexual, del individualismo o del mercado totalitario. Sus libros son la crónica de un occidente suicida, al que no pretende salvar, sino retratar. Para tanto necio nostálgico de Woodstock sus novelas eran blasfemias, como Las partículas elementales, donde escribe: “Charles Manson (el asesino múltiple), no era ni mucho menos una desviación monstruosa de la experiencia hippie, sino su desenlace lógico”, y también : “la familia era el último islote del comunismo primitivo en la sociedad liberal. La revolución sexual provocó la destrucción de estas sociedades intermedias, las últimas que separaban al individuo del mercado”. Y, claro, a la izquierda, sesentayochista y progre, le fastidia que se sepa que son sus postulados amorales los que verdaderamente sustentan la peor faceta del capitalismo.
Para los que siguen creyendo que la vida es una canción de cuatro acordes que hay que rellenar con hedonismo ególatra, o para los fans del multiculturalismo y el califato, la lectura de Houellebecq puede resultar reveladora, porque la ideología y la publicidad les está hurtando las terribles verdades que esconde el reino de la nada.
Publicado en La Gaceta, el 27 agosto 2014