End of the saga

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Leer a Lampedusa es uno de tantos placeres menospreciados por nuestro tiempo, como todos los que no compartimos con los otros mamíferos. Pero, aunque no lo hayan leído, de su Gatopardo repiten mucho el enunciado de que la continuidad requiere del cambio, que es casi el lema vital de quienes están dispuestos a todo para conservar un trono, un coche oficial, un caserón o cuatro duros. Cualquier vileza encuentra una excusa literaria. Es una pena, porque la frase buena de la novela no es esa tan famosa, sino la de que “mientras hay muerte hay esperanza”, que es un poso cristianísimo de la civilización, también imposible de compartir con las bestias.

Más allá de la literatura lo gatopardiano es lo camaleónico, la capacidad de supervivencia del individuo asimilándose al entorno, un comportamiento tan plásticamente humano que servía perfecto para el cine. Al difícil adaptarse de las aristocracias, por ejemplo, Berlanga le dedicó esa película cruel que se llama La escopeta nacional, con la añadida grandeza de que Luis Escobar se interpreta a sí mismo, –o al menos a una parte, la de su propio marquesado– en una caricatura de la nobleza despistada, empeñada en hacerse hueco en una corte que ya no existía. Cuando Leguineche se convence de su error, decide exponerse como pieza de museo en su palacio, cobrando la entrada. Aunque no lo parezca, la de los Leguineche es la adaptación a los tiempos más digna que han hecho las sanguíneas élites españolas, que la gran mayoría se ha vendido de forma mucho más infame o más ridícula. En la escena final aparece Luis Escobar sentado con pose muy digna –y muy triste– y detrás de él, de pie, el último y rijoso heredero de la casa Leguineche, encarnado por Jose Luis López Vázquez. Delante de ellos van pasando los turistas japoneses, mientras el guía les señala diciendo aquello de Marqués de Leguineche and son. End of the saga. Y aunque en la película no paras de reírte, ahí se le escapaba a Berlanga el fondo sensible, porque con todo lo infames que eran aquellos personajes, resultaba difícil no apiadarse de ellos, por esa tristeza que inspira la extinción de cualquier especie, ya sea el lince, el hidalgo o el samurái.

Hoy al periodismo le toca también adaptarse, y ya hay una legión de Leguineches rondando por las redacciones, muy extrañados de que ya no interese tanto sus historias de tabaco y linotipia. Los más gatopardianos juegan a ser actores de la tele, en tertulias con guión, más cercanos al Leguineche joven, o sea López Vázquez. Estoy pensando en uno que hasta se parece, vagamente.

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Publicado en La Gaceta, el 19 de noviembre de 2013.

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